Budapest es una ciudad hermosa, a mí que soy fan de París, me da que no sé si para mí tiene algo que envidiarle salvo mis recuerdos allí y la Tour Eiffel.
La arquitectura como no puede ser de otra forma y como en tantas otras ciudades rezuma historia; pequeñas y grandes construcciones alcanzan su máximo esplendor en el s. XIX y principios del XX con sus espectaculares edificios modernistas embelleciéndolas, pero a diferencia de París a Budapest se le suma la arquitectura soviética que dejó un poso desvaído en la ciudad que en cierta forma la apaga, la ordena, la remodela..
Los rusos llegaron para liberarlos y se quedaron un poco de más de lo previsto, más de cuarenta años… hasta 1989. Las huellas de la segunda guerra mundial sigue en las fachadas de algunos edificios agujereados por proyectiles que nos recuerdan el horror.
La ignominiosa historia del exterminio del pueblo judío durante los años previos y durante la segunda guerra mundial se repite y eso que Budapest, por un error de cálculo de los nazis, fue la ciudad húngara donde menos judíos fueron exterminados, de un total de seiscientos mil húngaros asesinados en todo el país.
Durante uno de los paseos por la orilla del Danubio buscamos las pequeñas esculturas en bronce de los artistas Gyula Pauer y Can Togay, delicadas réplicas de zapatos de hombres, mujeres y niños situados justo en el borde de la orilla del río, que rescatan del olvido otro de los episodios más horrendos de la locura nazi. Militantes del partido nazi húngaro asesinaron y arrojaron al río a todas esas personas provocando una cadena de agonía y muerte. Un terrible escalofrío me recorre el cuerpo pese al calor.
El pueblo húngaro ha sufrido lo indecible, debido principalmente a sus malos gobernantes y a sus propias elecciones, pese a ello ha habido intentos de doblegar su presente, en el año 56, hartos de la ocupación soviética, hubo un afán de revolución. Este año se han conmemorado 60 años de aquella acción: mujeres, niños y hombres se manifestaron contra el régimen soviético y fueron masacrados. Impresiona encontrar rincones llenos de fotografías y objetos que nos recuerdan aquel suceso. Impresiona mirar en el metro a esas gentes; entre cientos de turistas como nosotros, distingo a los húngaros por sus rostros cansados, resignados, como si llevasen a sus espaldas demasiado peso, demasiado dolor, y no ayuda que los sueldos de los trabajadores no cualificados estén entre los más bajos de Europa, ¡qué bien le ha venido a Alemania tener mano de obra barata y tan cerca!
En el año 1989, tras la liberación del país, a diferencia de lo ocurrido en otras ciudades europeas, en Hungría se democratizó la pobreza, la encuentras por doquier, no solo en el extrarradio como en París, sino también en el centro histórico donde conviven, lujo, abandono y decadencia, aún así sigue siendo una ciudad apabullantemente hermosa.
Los noventa fueron años de esperanza, construir una nueva Hungría libre era el sueño, pero se desvaneció con la llegada de la ultra derecha al poder. Desde 2013 artistas, cineastas, periodistas y profesionales liberales no hacen más que huir de una política rancia y peligrosa que pone en peligro la verdadera cultura húngara.
Es curioso encontrarte en los teatros prácticamente tan solo adaptaciones de grandes producciones americanas, espectáculos que en nada representan la cultura de ese maravilloso país.
Lo mismo sucede con el Cine y la Literatura y el Periodismo… La censura más atroz regresa de manera todavía más dolorosa porque ya no la imponen otros sino tus propios gobernantes. Hoy entiendo un poco mejor todo lo que nos cuenta en su testamento literario “La última posada” Imre Kérsztez.
Aún con todo Budapest sorprende, la urbe más grande de Europa; la más verde; con la segunda sinagoga más grande después de la de Nueva York; con la línea de metro más antigua de la Europa continental (y la segunda europea tras la de Londres) y que ha sido declarada patrimonio de la Humanidad; y el tercer Parlamento más grande del mundo tras el de Rumanía y Argentina, eso sí: la pena es que nuevos fascistas lo gobiernen.
Estuvimos alojados en un apartamento de un enorme edificio situado en la plaza Madách Tér, frente a otra plaza la Deák Ferenc, en la calle Károly, una de las principales arterias de la ciudad; una zona céntrica y llena de guiris y de negocios para guiris, algo que ni siquiera logra robarle su encanto. Las sirenas de coches de policías y ambulancias nos acompañaban todas las noches, aún estando en un octavo piso, como si las emergencias estuviesen ahí mismo. Las vistas desde unas pequeñas ventanas que había en nuestro apartamento eran maravillosas y el lugar acogedor, pese al ascensor de película de terror que nos llevaba hasta él. Las puertas y detalles Art Deco del edificio eran seguramente de los años 30 y muchas de las plantas y apartamentos estaban siendo remodelados, probablemente para acoger a nuevos turistas ávidos de pasado y confort como nosotros.
Budapest es una ciudad que parece despertar a las ocho de la tarde, quizás por la ola de calor que tuvimos esos días. Como en otras muchas ciudades, los jóvenes se reúnen en plazas para entregarse al botellón, pero reina el buen rollo, locales y foráneos conviven y disfrutan las noche. Terrazas improvisadas en descampados situados entre viejos edificios, invitan a tomarse una cerveza o una copa o dos.
Descubrimos pequeños restaurantes que nos permitieron saborear la comida húngara, como esa sopa de goulash con estragón, verdaderamente deliciosa…
Y locales donde, a la vez que comíamos, podíamos escuchar a los Rolling, a los Stones Roses, o a Police entre otros…, ya sé, no es muy húngaro, pero sí muy agradable.
También disfrutamos de música en directo en varios de los cafés en los que estuvimos, todo un lujo.
Por supuesto navegamos en un pequeño barco por el Danubio, como hacemos siempre que podemos, ya lo hicimos en su día en el Sena, en el Spree… cita indispensable si quieres tener una perspectiva completa de esa ciudad, sí en un barquito lleno de turistas, que nos permitió ver la puesta de sol sobre ese majestuoso río y sobre las dos orillas de la ciudad.
Y también pasamos los días viajando de punta a punta de esa urbe, caminando sin cesar, visitando iglesias, castillos, mercados, mirando edificios, al cielo o al suelo y yendo y viniendo en el metro, y sobre todo en tranvías, siempre que pudimos.
Incluso sufrimos los restos del antiguo transporte soviético, el tren que nos llevó a Godollo, que hubiese tenido su encanto de no estar tan sucio y descuidado, descubrimos la alternativa a este tren, que la hay, otra máquina moderna y con todos los adelantos, demasiado tarde.
Viajamos en el clásico funicular que nos llevó hasta Buda, nosotros estábamos alojados en el lado de Pest. Allí el gran descubrimiento fue la Iglesia de Matías, un edificio que se comenzó a construir en el siglo XI, pero cuya principal construcción data del s. XV, una catedral gótica restaurada a finales del s.XIX y a lo largo del s. XXI y que tiene como particularidad sus coloridas tejas que forman extensiones de tejado que parecen bellos tejidos; y que junto con los frescos de sus paredes: coloridas figuras geométricas variadas que se repiten en todas las paredes, columnas, arcos y techos del edificio, convierten a esta iglesia en una construcción de lo más interesante y peculiar. Decoración mural con motivos modernistas espectaculares.
El penúltimo día nos recuperamos del cansancio en un balneario, fuimos al de Széchenyi con piscinas de agua caliente al aire libre; y nos quedamos con ganas de visitar y disfrutar del de Gellert.
Los viajes para mí conllevan siempre otro viaje, el de las lecturas que me acompañan y que casi siempre me llevan a otras lecturas, esta vez fue Walter Benjamín, en un librito absolutamente perdible; y el comienzo de “El mundo de ayer. (Memorias de un europeo)” de Stefan Zweig que trajo las ganas de leer la poesía de Hofmannsthal.
Y descubrir a escritores húngaros como al poeta Miklós Radnoti y a la escritora Magda Szabó.
Con ganas de regresar y descubrir más de esta atractiva ciudad en la que hasta sus alcantarillas son hermosas.