«Todos los días, cuando me levanto, primera tarea,
nombrarla.
Si me olvidara, ya no estaría, la habría perdido para siempre en las páginas de un libro que leyera ayer.
De esas que fueron en otro tiempo canciones.
De esas que hoy son pasto de olvido.
Cristina Peri Rossi
Hace poco alguien me dijo que no podía imaginar lo que es perder a una hermana o un hermano.
A mí me gustaría no saberlo.
Hoy hace treinta años que te vi por última vez, yo tenía dieciséis años y tú veintiséis, y es de las pocas cosas que recuerdo tan nítidamente, hablamos y te di un beso.
Una semana después supimos que ya no regresarías nunca.
Ha pasado tanto tiempo que hay días que ya ni te pienso y supongo que eso es lo que más me aterra, porque entre el no pensar y el olvido hay una delgada línea que cualquier día se desvanece.
Han pasado tantas cosas en treinta años que no sabría por dónde empezar.
Creo que lo que más me hubiese gustado es que conocieras a mis hijos; y que me pusieses las comas en su sitio, tantos años después me sigo llevando mal con ellas, las maltrato por exceso o por defecto, según el día.
Decirte que aún conservo el cuaderno que me regalaste mucho antes de irte y que la cajita ya no sé dónde está, pero que ya no me importa, que con gusto te la regalaba si eso te hiciese volver.
También quería contarte que junto a mi nombre siempre firmo como Lyca, como lo hacías tú, es mi manera de luchar contra el olvido y de tenerte presente, presente, presente…
Mientras apuro cada segundo, mientras siento que el tiempo corre más que yo, mientras intento ser feliz pese a mí, sigo echándote de menos, Lidia, un año más, y aún no me creo que sean treinta.
Te sigo queriendo dónde quiera que estés.
Hoy necesitaba decirlo, decírtelo.