Últimamente todo huele a Gloria, solo se escucha Gloria por aquí, Gloria por allá, todo el mundo sabe, entiende de, adora, odia, aborrece o cuestiona a Gloria; y yo, como si fuera una niña pequeña, me siento robada, como ella misma dijo en sus versos…
Cuando te nombran,
me roban un poquito de tu nombre;
parece mentira,
que media docena de letras digan tanto.
Han salido nuevas antologías, algunas excepcionales, reediciones, refritos y se perpetúan lo que debiera ser borrado del mapa: las espantosas ediciones de Susaeta que flaco favor le hicieron a Gloria en vida, salvo el económico, que imagino no debió ser mala cosa, pero que situaron a Gloria en el Olimpo de lo feo.
Hace poco leí un artículo de una amiga mía, Carmen Bárcena, que hablaba de los neuroconectores y decía que en los libros ilustrados irremediablemente se asocian las imágenes a las palabras, así que no me extraña que en la gran mayoría de la poesía infantil de Gloria la imagen visual que acompaña la misma provoque la asociación solo a sus ripios (aunque algunos son maravillosos, y estoy segura que absolutamente buscados como otro elemento retórico más tan característico de su poesía, algo verdaderamente injusto pensar que ella no era consciente de eso).
Sin duda para mí un solo acierto de Gloria Fuertes justifica toda su obra y los aciertos se cuentan por cientos.
Hace un par de veranos releí prácticamente toda su obra con el fin de escoger un solo poema, (no, no era consciente de que se avecinaba su centenario, así soy de despistada, el motivo era otro), y al final escogí el mismo poema que hacía tanto llevaba conmigo, el mismo en el que había pensado en un primer momento, esos versos que no sé si hablan de ella o de mí.
Nací para poeta o para muerto
Escogí lo difícil…
Desde hace un tiempo me cuesta compartir mis hallazgos y eso que he sido una exhibicionista profesional, supongo que la vida nos cambia.
Últimamente me cuesta compartir mis descubrimientos literarios, poéticos o artísticos y no por egoísmo sino porque al hacerlo siento que descubro quien soy, quien he sido o quien seré; no me preocupa parecer marisabidilla, pedante o yo qué sé, me preocupa sentirme vulnerable como si al compartir entregara parte de mí a no sé quien y creo que ya no me apetece.
Como no me apetece que me roben a Gloria, pero esto último no puedo evitarlo.
Quien no la disfrute que la deje en paz, es tan fácil como no leerla, para gustos colores, ¡faltaría más!, pero a estas alturas sobra tanta mierda y tanto querer vender o tanto entendido con argumentos de Wikipedia.
Y a pesar de todo, como la contradicción también forma parte de lo que soy, voy a compartir un tesoro de Gloria que me regalaron hace unos años, porque hace todos esos años que llevo estas reflexiones dando vueltas en mi cabeza, porque apenas he encontrado referencias de ello en sus antologías y porque sí.
Cada vez me cuesta menos el porque sí.
Quien me conoce sabe que colecciono cosas y entre ellas versiones y libros de “La ratita presumida” (en todas sus variantes: hormiguita, cucarachita…); algún “Enano Saltarín” que otro; y también versiones de “ El gato con botas”.
No voy a hacer un análisis de la historia de El gato con Botas, que Perrault sentenció con una moraleja final contra las apariencias; es un cuento que en Argentina es toda una cuestión de estado ya que se lo considera un alegato a favor de la legitimación del robo; otro robo más…
Quizás este texto siempre me ha interesado precisamente por esa multiplicidad de significados; pero vamos a lo que vamos.
Hace un tiempo me regalaron, como ya he dicho, El gato con botas, versión de Gloria Fuertes, que no puedo datar exactamente porque la edición no indica el año de publicación, pero sí indica que fue ilustrado por Soravilla, que es un hombre aunque en alguna antología reciente se empeñen en pensar que es una mujer y a quien Gloria dedicó uno de sus poemas.
Buscando en diversas fuentes logré averiguar un poco más.
Jaime García Padrino en su libro Formas y colores: la ilustración infantil en España habla de las primeras creaciones de Gloria Fuertes aparecidas en la revista Maravillas y que contaron con las ilustraciones de Cristino Soravilla, dice que esta primera colaboración dará lugar a otras muchas entre autora e ilustrador durante varios años. Sin duda una de ellas debió ser esta versión de “El gato con botas” seguramente de finales de los cuarenta o principios de los cincuenta y también debió ser uno de los primeros trabajos de Gloria Fuertes.
Cristino Soravilla fue un ilustrador de lo que podríamos denominar “tebeo español”, lógicamente su trabajo remite al lenguaje de otros ilustradores de su época, y como ellos ejercía como dibujante de tebeo en diversas revistas (Maravillas, Chicos…), más cercano al cómic que al ilustrador actual –todo un tema por profundizar– hecho que tiene más que ver con la técnica escogida que con ninguna otra cosa.
En el interior de este libro nos encontramos con dibujos basados fundamentalmente en la línea con mucho detalle y muy realistas. Vemos que al igual que el texto, el ilustrador también atribuye comportamientos antropomórficos a los animales.
Algunas “viñetas”, las de página completa, están coloreadas, dibujos rellenados por colores planos, aquí apreciamos el dominio de las técnicas de reproducción de imprenta basados en la litografía y sorprende la intensidad del color tanto tiempo después, el poder de las tintas planas. Otras muchas son pequeñas imágenes de línea negra (que invitaban a los niños a colorear a su antojo).
Esto en cuanto a las ilustraciones interiores, porque un tratamiento aparte merece la cubierta que exhibe una técnica completamente distinta, aunque identificamos perfectamente al gato de la portada como el del interior, es una imagen mucho más pictórica con infinidad de matices cromáticos y efectos de iluminación.
La fuerza de estos tintes es intencionada y permite colorear con gran intensidad las letras del título que contrastan así con el resto de la ilustración convirtiéndose casi en un logotipo del propio cuento al estilo de las cabeceras de los tebeos con los que iniciamos este comentario.
Como curiosidad explicar que nos atreveríamos a afirmar que las guardas del libro no son de Soravilla, por el tratamiento formal de las imágenes que aparecen en ellas y porque se trata del mismo personaje que aparece en la contracubierta a modo de logotipo editorial: una especie de duende que en las guardas se dedica a recortar un pliego de papel del que salen muchos personajes presumiblemente protagonistas de otros cuentos de la misma colección.
Al final del libro hay otro elemento reseñable: una página llena de figuras –recortables– son los personajes del cuento, pero que tampoco han sido ilustrados por Soravilla, o al menos eso nos parece. Todo un antecedente de los juegos interactivos actuales, para que luego creamos que hoy en día inventamos algo.
Gloria nos cuenta la historia que todos conocemos, (y la conocemos, bien a partir de la versión de Perrault, o bien como cuento popular caracterizado precisamente por su falta de aditamentos) y lo hace de una manera peculiar.
La autora logra transformarla rellenando los espacios intercalares que aparecen entre los núcleos del cuento y que pueden ser llenados casi infinitamente como decía Roland Barthes y su relleno parte, cómo no, del humor y de su incisivo cuestionamiento del mundo y la sociedad.
Desde la elección de los nombres de los personajes (Modesto; Salvador, a quien el gato renombra como Salvadorcín; el conde de Sacacorcho; la condesa de Rostroduro…) hasta la descripción que hace de los mismos es toda una declaración de intenciones.
Y eso que se le cuelan comentarios de los que seguramente mucho después hubiese renegado como, por ejemplo:
…Como llevaba brillantes botas de charol, todas las gatas solteras se quedaron queriéndole
O quizás era una fuerte crítica a un tipo de mujer…
Gloria se atreve a eso que a muchos nos han dicho que no debemos hacer y toma partido a favor o en contra de sus personajes a su antojo y se permite lo que muchos tratamos de evitar al escribir: que se nos vean las costuras y dice en otro momento del texto:
…Un día el conde de Sacacorcho, que era muy distraído, muy mentiroso y –para mala suerte suya– muy desmemoriado, empezó a contar…
La autora continúa la historia con un diálogo en el que el citado conde relata (para darse importancia y dando así veracidad al marqués de Carabás, que no olvidemos había sido la invención de un gato) cómo un elefante mató al marqués y a él mismo en un axioma imposible –pues los dos evidentemente protagonistas de la historia están vivos–.
Y termina diciendo :
Y toda la corte se quedó pensativa.
Para mí en un golpe de genialidad insuperable.
Después nos vuelve a hacer reír con cursiladas tremendas que aparecen en el diálogo que mantienen el marqués de Carabás y la hija del rey, que se enamoran nada más verse de manera inexplicable y dicen acerca del amor inesperado entre ambos:
…Hay cosas que no tienen explicación: las flores, las estrellas…
Los cuentos de tradición oral son generalmente transgresores, a menudo ha sido su paso al texto escrito y sus adaptadores los que los han convertido en otra cosa.
Gloria Fuertes pese a que recurre a elementos quizás innecesarios, determinados diminutivos (Asnito, ¡corchitos!) y aclaraciones quizás prescindibles: (Todo esto, como os figuráis, era mentira) consigue jugar con la ambigüedad y nunca estamos totalmente seguros de si hay segundas intenciones o no en sus argumentos, mezcla su reivindicación social con sus creencias religiosas sin saber si hay sorna o no en sus palabras, esquivando así la censura, no podemos sustraernos al momento de la publicación:
…Andrés, Juan y Salvador: hijos míos. ¡Qué triste es para mí, después de medio siglo de trabajo sin descanso, dejaros tan pobre herencia! La suerte siempre huyó de mí. Pero siempre anduve acompañado de resignación cristiana.
Un texto lleno de fragmentos realmente surrealistas y tan propios de Gloria, que te hacen sonreír una y otra vez; con frases como:
El marqués de mentira lloraba lágrimas de verdad.
Una delicia. Sí, quizás imperfecta, pero… ¿quién no lo es?
Puede ser que sea eso lo que la hace aún más deliciosa.
Paula Carbonell, (Lyca)
Nadie es perfecto